Tras unos años de crisis es una realidad que los inversores han vuelto a poner el ojo (y el dinero) en el sector inmobiliario: el pasado año se alcanzó la cifra de 13.989 millones de euros, un aumento del 45 % respecto al año 2016.
El objetivo principal de estas operaciones es la adquisición de una vivienda para su posterior puesta en alquiler. Ante los bajos intereses que facilitan las entidades bancarias, la rentabilidad de un inmueble se halla por encima de 6% en las grandes capitales, especialmente en Madrid y Barcelona.
Otra opción es adquirir una vivienda que ya está en alquiler, con lo que el rendimiento es inmediato. La tendencia también se dirige hacia diversificar la inversión a través de la compra en diversas zonas de Barcelona, y no siempre en las de mayor precio: mejor 3 pisos en diversas zonas que uno sólo en zona “prime”. El riesgo es menor y la rentabilidad bruta, notablemente superior.
Una nueva opción es el “Crowdlending”, donde se realizan pequeñas aportaciones entre muchas personas para impulsar un determinado proyecto. Las aportaciones pueden empezar desde los 50€ y las rentabilidades que se están alcanzando rondan el 11% a largo plazo. Este tipo de inversiones son cada vez más frecuentes y realizadas a través de diferentes modalidades, en la que también podemos encontrar la financiación directa al promotor de obra nueva.
Tenemos también las Socimis, empresas inmobiliarias dedicadas al alquiler de sus propiedades. Están bien gestionadas al cotizar muchas de ellas en bolsa y sufrir por tanto un escrutinio constante. Además, por ley las Socimis no pagan el impuesto de sociedades y deben repartir el 80% de sus beneficios y el 50% de sus plusvalías. Suelen ofrecer rentabilidades por encima del 5% con una seguridad y gestión profesional muy alta.
En definitiva, podemos concluir con que los inversores (y particulares) han visto de nuevo en el sector inmobiliario una fuente de alta rentabilidad donde realizar sus futuras (y deseamos que efectivas) inversiones.
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